La banca del parque

Eran las seis de la mañana y aparecía tenuemente el sol por detrás de la montaña. Mi hijo había llegado a buen puerto; yo había llegado a buen puerto; mi esposa llevaba tiempo ya en buen puerto. Cuando crucé el umbral de la puerta y vi a mi esposa en el sillón, supe que, en realidad, no se alegraba de verme; unos instantes más tarde, supe que yo tampoco estaba feliz de verla. No estaba feliz de verla con la pared de la casa de mis padres como fondo; no me gustaba verla en el sillón que tantas veces vimos antes de nuestra partida a Alemania. Es decir, claro que me alegraba verla; pero no ahí, no así.

Todavía no tomaba asiento en la casa de mis padres para disponerme a contar todo lo que he estado escribiendo en este blog, cuando la idea de Alemania venía muy fuerte a mi cabeza. Las miradas que cruzábamos mi esposa y yo eran de complicidad. Sí; sabíamos perfectamente qué hacer, cuándo hacerlo y quién lo haría. Sabíamos que ya no pertenecíamos a Tijuana. Este viaje había cambiado nuestra percepción de la vida. Nada iba a ser igual, y siempre íbamos a traer esa espina.

No hablamos mucho mi esposa y yo a mi regreso; en lugar de eso, salí con mi padre a caminar y a esperar que abriera una birrieria (deseaba poder probar una birria de nuevo). En el ínter, mi padre y yo nos sentamos en la banca de un parque; liamos dos cigarrillos de tabaco alemán que había traído conmigo y le conté mi historia. De más está decirles que nos tomó más de dos horas el poder contar todo; y aún faltó mucho.

Los ojos de mi padre se clavaban en los míos como queriendo encontrar una respuesta; estaba desconcertado y, claro, también estaba decepcionado. Al final de prestarme su atención y de deliberar para sus adentros por unos segundos, me preguntó: "Y ahora qué? Cuáles son tus planes?"

Fue ahí cuando le dije a mi padre que me regresaba; que iba a buscar un vuelo lo más pronto posible. Me dio una palmada en la espalda y un beso en la frente y me dijo: "Eso es lo que esperaba que me dijeras".

Al fin dieron las 9 de la mañana. Nos levantamos de la banca, caminamos a la birrieria y pude disfrutar del olor sagrado de las tortillas recién hechas y la birria bien caliente.

-Buenos días.
-Buenos días.
-Deme ocho tacos de birria, cuatro caldos y dos quesadillas de birria para llevar.
-Con chile?
-Sí, con mucho chile.

En esa mañana -o por lo menos en ese momento-, cuando llegamos a la casa con lo que acababa de comprar en la birrieria, no existía Alemania; no existían aeropuertos, aduanas, huelgas, nada. Solamente mi familia sentada ante la mesa, preparándose para comer. A lo lejos se escuchaban las caricaturas que mi hijo acostumbraba ver en México. En la calle se escuchaba ya el rumor de voces hablando en español...

Comments

  1. Me dio una palmada en la espalda y un beso en la frente y me dijo: "Eso es lo que esperaba que me dijeras".
    Realemnte me llegó...
    Gracias por compartirnos una parte de tu vida, empecé a leer hoy tu blog y no puedo parar, realmente estoy conmovida...

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  2. Me dio una palmada en la espalda y un beso en la frente y me dijo: "Eso es lo que esperaba que me dijeras".

    A anònimo tambièn le llegaron esas palabras.. Comparto esa experiencia con mi padre.. en la banca frente a la embajada al tramitar mi visa...
    Espero no me decepciones con tu historia y no salgas con un realismo màgico diciendo que todo fue un sueño!!

    Deberias haberle dicho al taquero: "ja, scharf bitte!!"

    1am y sigo leyendo!!

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