Pero, por qué, doctor?



Aquella enfermedad que me atacó los ojos fue algo increíblemente doloroso. Una tarde, mientras terminaba de levantar mi puesto en el mercado municipal, en el cual me dedicaba a vender discos pirata (ya saben cómo se mueve este rubro), así como playeras, me avisa mi esposa que había party en la casa de Laura y Manuel. Dichas fiestas tienen un significado muy especial en Tecate; fueron las más exquisitas a las que pude haber asistido y, por supuesto, nunca se rechaza una invitación de esa magnitud y menos sabiendo que hay muchos, pero muchos litros de cerveza de por medio; eso sin mencionar las deliciosas carnes asadas, tortillas, salsas recién hechas, 30 grados centígrados, arte, cultura, charla, música, frijoles de la olla y la excelente hospitalidad de los dueños de la casa (ya hasta puedo oler todo eso). Bueno, continúo: llego allí montado en la vieja Chevy Van del 82 que el mismo Manuel nos facilitó por un período de dos años. Ah! Qué buena Panel -sólo el que haya tenido el placer de montarse y manejar aquel armatoste de ocho cilíndros me puede entender-. Acto seguido, me dispongo a tomar la primera cerveza de ley, pero ya saben: Es un ritual llegar a una fiesta en donde hay carne asada y demás, acabarse una cerveza en tan sólo dos tragos y atragantarse con un buen taco de carne asada con frijoles y un buen chile pasado por el asador, darle unas chupadas a un limón y vaciarlo en tu boca y hacer desaparecer un caballito de tequila con su respectiva provisión de sal. De ahí, la calma... y empieza uno a retomar las buenas costumbres y todo lo que nuestros padres se esforzaron en enseñarnos, ya saben: todo esto que se pierde a la tercera Bohemia que entra en el organismo. Heme ahí, platique y platique (como diría mi finado suegro), come y come como loco, y fume y fume. Ya para las 7 de la noche, lo único que hacía yo era estar pellizcando la carne asada sobrante sobre el asador y hablar acerca de política y los desgraciadamente bajos presupuestos para la cultura en México.
Cuando aterrizo en mis aposentos, empiezo a sentir una especie de punzada en el ojo, un poco de malestar físico y aquella extraña sensación de cansancio que me aquejaba antes de aquel monumental party. Para las 12 de la noche me despierta un dolor inimaginable; un dolor tan grande detrás del globo ocular que era para mentarle la madre a cualquiera. Dicho dolor se acrecentaba con la luz. Caray! , era paralizante. No dormí aquella noche.
Ya cuando salió el sol, fue una tortura espléndida y mi visión había disminuido un 90 %, según indicó el oftalmólogo al cual, tres días más tarde, acudí.

-Uveítis.
-Perdón, doctor? No conozco el término...
-Si, Uveítis, mira: es la inflamación de... bla bla bla bla...
-Doctor, pero de dónde viene esto?
-No se sabe. He ahí la cuestión. Por eso mismo, debes de cuidarte, ya que podrías quedar ciego.
-Queeeé? Ciego? Pero, por qué!?
-Cálmate, eso es sólo si se sube la presión intraocular.
-Ah, chingá! Ahora la presión?
-Sí, porque como te voy a recetar cortisona, puede que se te suba la presión y te provoque glaucoma.
-Doctor, no me quiero quedar ciego...

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