Historia de mi vida II


Si no lo he mencionado, siempre he tenido una cierta fijación en los países del norte del mundo. Recuerdo las tardes solitarias en la azotea del edificio donde vivía...; eran tan mías. En realidad, no era que las buscara pero, al tener pocos amigos y, asimismo, éstos no tuvieran tiempo para salir a platicar y fumar marihuana un rato, era lo que provocaba dichas tardes de soledad y nostalgia.

Recuerdo muy bien una tarde en particular (pero no la voy a plasmar aquí, dado que es muy extenso y además no recuerdo todos los detalles). En fin, me quedaré con esos momentos -que a nadie le interesan más que a mí- y los relataré en alguna borrachera.

Volviendo a mi fijación por lo países del norte, con excepción de EEUU y Canadá, (y no es porque trajera algo en contra de los estadounidenses o de los canadieneses, pero la lejanía siempre me ha llamado mucho la atención), ésta era una especie de llamado, una sensación en mi cuerpo que me llenaba de ganas de trabajar y de vivir.
Ya he mencionado que el destino hizo de las suyas en mi camino (como lo es en todos los caminos, pero yo no conozco los caminos de los demás, sólo el mío...), y ahora que lo pienso, ese destino se llama Dagmar y la conocí en una tarde oscura (y digo oscura porque no había luz; el suministro en ese momento estaba interrumpido) de diciembre en la Ciudad de México. Jugarreta del destino fue que me la presentara mi amigo Agustín, ya que más tarde me confesaría que él deseaba a la que, más tarde, sería mi esposa. Para el momento en que Agustín me presenta a aquella chica de cabellos profundamente negros y de pantalones del mismo color, muy entallados (que ya no voy a comentar más porque, de lo contrario, dejaré inconcluso este post y terminaré haciendo el amor con ella), estaba yo enfermo. Queriendo ser un poco más preciso: un mes antes había inhalado gran cantidad de thinner con Agustín; es más, no sólo había sido thinner, sino una mezcla de quién sabe qué tantas cosas. Esa tarde, mientras inhalaba el thinner en el bosque de El Pedregal, tenía visiones y viajes y, para variar, el norte del mundo se me hacía presente en cada árbol.
Contaba yo que se me presentó a la que -en el futuro- sería mi esposa quien, para una muy feliz casualidad, es de ascendencia alemana. Esta parte de D....no la supe hasta que platicamos más a fondo. Al principio, lo que me llamó la atención de ella fue su rostro y su forma de ser. Ni siquiera me pasaba por la cabeza el que ella fuera la persona que me impulsaría a estar en donde estoy...


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